Redacción: Natalia León Roncancio, Psicóloga, Gimnasio Sabio Caldas IED
¿TE HAS PREGUNTADO POR QUÉ EDUCARSE?
Muchos de nosotros hemos sido definidos por otras personas como estudiantes. A muy temprana edad nos matriculan en la escuela más cercana y es muy probable que la mayoría tuviéramos que asumir la experiencia de la educación formal como el cumplimiento de un itinerario vital en el que nos insertan y nosotros, sin más, debemos acoplarnos al rol que corresponde. Esta dinámica que se refuerza a través de las disposiciones sociales nos mantiene sumergidos en una premisa humana que parece impajaritable. Por ejemplo, a algunos de nosotros, nuestros padres nos dijeron muy tempranamente «lo único que usted debe hacer en esta vida es estudiar». Por lo menos para mí, así empezó el viaje de la educación: con una misión. Una única misión.
Si bien este tipo de expresiones son controversiales, se escuchan con frecuencia entre las familias y a simple vista, nos permiten identificar por lo menos una realidad: entre nosotros pervive un discurso con el que se instaura la concepción de que la educación es una prioridad para el ser humano. Pero… durante la época escolar ¿alguno se preguntó por qué debemos estudiar?
Durante los últimos años en el Sabio Caldas, en mi ejercicio de la atención psicoeducativa, han sido muy pocos los estudiantes que me han abordado con esta misma pregunta: “¿por qué tengo que estudiar?”. Curiosamente, todos han sido niños o niñas de primaria. No me atrevo a especular cuál es la razón de que sean ellos los primeros en lanzarnos esta pregunta. Puede que los adolescentes tengan sus propias formas de manifestar esa inquietud, tal vez, sin usar sus palabras. Lo cierto es que son los niños de primaria quienes han puesto de manera confiada esta pregunta en la conversación conmigo o con sus padres, esperando honesta e interesadamente una respuesta.
En mi experiencia y por lo que he podido observar en otros, esta pregunta suele descolocar a los adultos. Puede que nosotros mismos opinemos que hemos llegado tarde a esta pregunta o, aunque alguna vez tuvimos esa misma inquietud, no nos atrevimos a expresarla. Descubrimos que muchos de nosotros hemos dado por sentado que la educación académica es primordial y que toda persona debe acudir a la escuela, luego a la universidad y desde allí dar sentido a su proyecto de vida.
Aunque la discusión sobre los proyectos de vida, su sentido y los medios a través de los cuales se construye, es bastante amplia e interesante, no es el propósito de esta reflexión debatir la legitimidad de un proyecto de vida atravesado por la educación formal, o la de uno en el que ni la escuela ni la universidad fueron parte esencial de su construcción. Simplemente, me gustaría compartir un argumento que puede ayudar a los adultos que conformamos las escuelas (padres, docentes, directivos y funcionarios), a responder con convicción por qué la escuela y por qué la educación.
De acuerdo con las corrientes filosóficas más contemporáneas, el ser humano es educable por naturaleza (Bárcena, 2009; Dewey, 1897; Freire, 1970). A esta cualidad de ser educable la llamamos educabilidad y esta característica humana nos permite abrir la conversación sobre por qué educarnos.
Piense en su fruta favorita. Ahora, intente recrear en su mente todo lo que tuvo que ocurrir para que usted pueda acudir al fruver[1] más cercano, comprarla y comerla. Seguramente, lo primero que imaginó fue la semilla y su plantación en la tierra pues, en sí misma, la semilla tiene el potencial de convertirse en un árbol o en una planta que dará determinado fruto. Por ejemplo, si se siembra la semilla de la uva, sabemos que esa semilla tiene el potencial de germinar, crecer como una vid y dar como fruto racimos de uvas. De la misma manera, todo ser humano cuenta con la capacidad y potencial para aprender, desarrollarse y transformarse para llegar a la plenitud de su humanidad. Ese potencial humano ha sido abordado académicamente a través del concepto de educabilidad.
Ahora bien, así como la semilla requiere de múltiples factores para llegar a dar fruto, para que el ser humano adquiera nuevos conocimientos, habilidades y actitudes no es suficiente la disposición natural de ser educable. Las perspectivas antropológicas de la educabilidad nos recuerdan que, para activar dicho potencial humano, es necesario comprender que educarse involucra todas las dimensiones de la persona (García-Amilburu y García-Gutiérrez, 2012; Tomasello y Vaish, 2013).
Si consideramos que una de las dimensiones esenciales para desatar el desarrollo humano es la dimensión social y que a través de ella existe la posibilidad de crecer en escenarios estructurados, equipados y dispuestos para propiciar la enseñanza y el aprendizaje entre las personas (Díaz, 2008), rápidamente llegaríamos a evidenciar que un lugar en el que se materializan esos propósitos son las instituciones educativas como la escuela.
Dicho de otro modo, la educación al ser un proceso dinámico que integra los medios, las condiciones y los recursos necesarios para que se ejerza la educabilidad (García-Amilburu y García-Gutiérrez, 2012), es un factor que tiene el potencial de contribuir significativamente a que el ser humano se desarrolle en función de alcanzar su florecimiento y libertad.
Así pues, cuando una de las pequeñas-grandes mentes del Sabio pregunte por qué debe estudiar, por qué debe ir al colegio, podemos responder con seguridad que todo aquel que hace parte de la escuela, incluyendo a sus padres y a sus profesores, acude para ser mejor persona, para enriquecer al mundo con sus conocimientos y competencias, las mismas que ha adquirido y construido en interacción con los demás, porque nuestra educabilidad es también un recordatorio del carácter perfectible del ser humano, un proceso complejo y dinámico que dura toda la vida (García-Amilburu y García-Gutiérrez, 2012), y que hace de esos adultos en quienes confían sus inquietudes y su búsqueda de dar sentido al mundo, sujetos educables que acuden a la escuela para seguir aprendiendo y transformándose, para seguir creciendo a través de la educación.
Referencias
Bárcena, F. (2009). Una pedagogía del mundo. Aproximación a la filosofía de la educación de Hannah Arendt. Revista Anthropos, 224, 113-138.
Dewey, J. (1897). My Pedagogic Creed [Mi credo pedagógico]. The School Journal, 54(3), 77-80.
Díaz, G. I. (2008). Reseña de» Capital cultural, escuela y espacio social» de Pierre Bourdieu. Estudios sobre las culturas contemporáneas, 14(28), 161-169.
Freire, P. (1970). Pedagogia do oprimido [Pedagogía del oprimido]. Río de Janeiro: Paz e Terra.
García-Amilburu, M., & García-Gutiérrez, J. (2012). Filosofía de la educación: cuestiones de hoy y de siempre. Narcea Ediciones.
Tomasello, M., & Vaish, A. (2013). Origins of Human Cooperation and Morality. Annual Review of Psychology, 64(1), 231–255.
Proceso de formación para padres:
PREVESPA – prevención del consumo de drogas
Departamento de Bienestar – Psicología
¿CÓMO CUIDAR TU SALUD MENTAL?
Proceso de formación para padres:
PREVESPA – prevención del consumo de drogas
Departamento de Bienestar – Psicología
¿TE HAS PREGUNTADO POR QUÉ EDUCARSE?
Redacción: Natalia León Roncancio, Psicóloga, Gimnasio Sabio Caldas IED
¿TE HAS PREGUNTADO POR QUÉ EDUCARSE?
Muchos de nosotros hemos sido definidos por otras personas como estudiantes. A muy temprana edad nos matriculan en la escuela más cercana y es muy probable que la mayoría tuviéramos que asumir la experiencia de la educación formal como el cumplimiento de un itinerario vital en el que nos insertan y nosotros, sin más, debemos acoplarnos al rol que corresponde. Esta dinámica que se refuerza a través de las disposiciones sociales nos mantiene sumergidos en una premisa humana que parece impajaritable. Por ejemplo, a algunos de nosotros, nuestros padres nos dijeron muy tempranamente «lo único que usted debe hacer en esta vida es estudiar». Por lo menos para mí, así empezó el viaje de la educación: con una misión. Una única misión.
Si bien este tipo de expresiones son controversiales, se escuchan con frecuencia entre las familias y a simple vista, nos permiten identificar por lo menos una realidad: entre nosotros pervive un discurso con el que se instaura la concepción de que la educación es una prioridad para el ser humano. Pero… durante la época escolar ¿alguno se preguntó por qué debemos estudiar?
Durante los últimos años en el Sabio Caldas, en mi ejercicio de la atención psicoeducativa, han sido muy pocos los estudiantes que me han abordado con esta misma pregunta: “¿por qué tengo que estudiar?”. Curiosamente, todos han sido niños o niñas de primaria. No me atrevo a especular cuál es la razón de que sean ellos los primeros en lanzarnos esta pregunta. Puede que los adolescentes tengan sus propias formas de manifestar esa inquietud, tal vez, sin usar sus palabras. Lo cierto es que son los niños de primaria quienes han puesto de manera confiada esta pregunta en la conversación conmigo o con sus padres, esperando honesta e interesadamente una respuesta.
En mi experiencia y por lo que he podido observar en otros, esta pregunta suele descolocar a los adultos. Puede que nosotros mismos opinemos que hemos llegado tarde a esta pregunta o, aunque alguna vez tuvimos esa misma inquietud, no nos atrevimos a expresarla. Descubrimos que muchos de nosotros hemos dado por sentado que la educación académica es primordial y que toda persona debe acudir a la escuela, luego a la universidad y desde allí dar sentido a su proyecto de vida.
Aunque la discusión sobre los proyectos de vida, su sentido y los medios a través de los cuales se construye, es bastante amplia e interesante, no es el propósito de esta reflexión debatir la legitimidad de un proyecto de vida atravesado por la educación formal, o la de uno en el que ni la escuela ni la universidad fueron parte esencial de su construcción. Simplemente, me gustaría compartir un argumento que puede ayudar a los adultos que conformamos las escuelas (padres, docentes, directivos y funcionarios), a responder con convicción por qué la escuela y por qué la educación.
De acuerdo con las corrientes filosóficas más contemporáneas, el ser humano es educable por naturaleza (Bárcena, 2009; Dewey, 1897; Freire, 1970). A esta cualidad de ser educable la llamamos educabilidad y esta característica humana nos permite abrir la conversación sobre por qué educarnos.
Piense en su fruta favorita. Ahora, intente recrear en su mente todo lo que tuvo que ocurrir para que usted pueda acudir al fruver[1] más cercano, comprarla y comerla. Seguramente, lo primero que imaginó fue la semilla y su plantación en la tierra pues, en sí misma, la semilla tiene el potencial de convertirse en un árbol o en una planta que dará determinado fruto. Por ejemplo, si se siembra la semilla de la uva, sabemos que esa semilla tiene el potencial de germinar, crecer como una vid y dar como fruto racimos de uvas. De la misma manera, todo ser humano cuenta con la capacidad y potencial para aprender, desarrollarse y transformarse para llegar a la plenitud de su humanidad. Ese potencial humano ha sido abordado académicamente a través del concepto de educabilidad.
Ahora bien, así como la semilla requiere de múltiples factores para llegar a dar fruto, para que el ser humano adquiera nuevos conocimientos, habilidades y actitudes no es suficiente la disposición natural de ser educable. Las perspectivas antropológicas de la educabilidad nos recuerdan que, para activar dicho potencial humano, es necesario comprender que educarse involucra todas las dimensiones de la persona (García-Amilburu y García-Gutiérrez, 2012; Tomasello y Vaish, 2013).
Si consideramos que una de las dimensiones esenciales para desatar el desarrollo humano es la dimensión social y que a través de ella existe la posibilidad de crecer en escenarios estructurados, equipados y dispuestos para propiciar la enseñanza y el aprendizaje entre las personas (Díaz, 2008), rápidamente llegaríamos a evidenciar que un lugar en el que se materializan esos propósitos son las instituciones educativas como la escuela.
Dicho de otro modo, la educación al ser un proceso dinámico que integra los medios, las condiciones y los recursos necesarios para que se ejerza la educabilidad (García-Amilburu y García-Gutiérrez, 2012), es un factor que tiene el potencial de contribuir significativamente a que el ser humano se desarrolle en función de alcanzar su florecimiento y libertad.
Así pues, cuando una de las pequeñas-grandes mentes del Sabio pregunte por qué debe estudiar, por qué debe ir al colegio, podemos responder con seguridad que todo aquel que hace parte de la escuela, incluyendo a sus padres y a sus profesores, acude para ser mejor persona, para enriquecer al mundo con sus conocimientos y competencias, las mismas que ha adquirido y construido en interacción con los demás, porque nuestra educabilidad es también un recordatorio del carácter perfectible del ser humano, un proceso complejo y dinámico que dura toda la vida (García-Amilburu y García-Gutiérrez, 2012), y que hace de esos adultos en quienes confían sus inquietudes y su búsqueda de dar sentido al mundo, sujetos educables que acuden a la escuela para seguir aprendiendo y transformándose, para seguir creciendo a través de la educación.
Referencias
Bárcena, F. (2009). Una pedagogía del mundo. Aproximación a la filosofía de la educación de Hannah Arendt. Revista Anthropos, 224, 113-138.
Dewey, J. (1897). My Pedagogic Creed [Mi credo pedagógico]. The School Journal, 54(3), 77-80.
Díaz, G. I. (2008). Reseña de» Capital cultural, escuela y espacio social» de Pierre Bourdieu. Estudios sobre las culturas contemporáneas, 14(28), 161-169.
Freire, P. (1970). Pedagogia do oprimido [Pedagogía del oprimido]. Río de Janeiro: Paz e Terra.
García-Amilburu, M., & García-Gutiérrez, J. (2012). Filosofía de la educación: cuestiones de hoy y de siempre. Narcea Ediciones.
Tomasello, M., & Vaish, A. (2013). Origins of Human Cooperation and Morality. Annual Review of Psychology, 64(1), 231–255.
[1] Mercado de frutas y verduras.